El iniverno de los tres meses de lluvia.


¿Has escuchado alguna vez que en Galicia siempre llueve?
Pues ese invierno fue verdad. Tres meses de lluvia, día tras día. Puedes creerme. La ciudad estaba completamente mojada, llena de agua por todas partes. Una lluvia persistente, tranquila, constante...El cielo gris y encapotado diciéndote "hey, no voy a parar de echar agua". Yo vivía en el casco antiguo de la ciudad de Santiago de Compostela, muy cerca de la catedral, rodeada de bares y cafeterías donde te servían buen vino, buenas tapas, buena música, gente linda con ganas de simplemente socializar y disfrutar un buen rato. Y lluvia y lluvia.
Llegó un momento en que los paraguas ya no eran efectivos sino un problema. El viento los destrozaba, tenías que cargar con ellos mojados a todas partes. Todos los locales donde entrabas estaban completamente saturados con una montaña de paraguas a la entrada. Tú simplemente dejabas el tuyo ahí, en cualquier hueco y a la salida era imposible localizarlo con lo que pillabas el primero que tenías a mano y te lo llevabas. Todo el mundo lo hacía. No era un robo, era practicidad y una ley no escrita.
Y la humedad constante en tu cuerpo. En tu pelo, en tu piel, en tu ropa. A la tercera semana eso ya no era un problema y encontrabas soluciones como secarte un poco en los secadores de manos de los locales. Con lo que empezaban a formarse dos colas, la de la gente que iba a usar el baño y la de la gente que iba a usar los secadores. Era la vida haciéndose hueco.
Pero nadie dejaba de salir a la calle por eso. Es cierto que nadie en Galicia tiene miedo a la lluvia y nadie cancela un plan con sus amigos porque simplemente esté lloviendo. Y en Santiago especialmente llega a ser algo romántico pasear por los soportales del casco antiguo en un día gris lluvioso. El aire huele distinto, los sonidos de la calle son acuosos y melancólicos y la idea de un café o un chocolate calentito ronda constantemente por tu cabeza. Así que entras en una cafetería, pides tu cosa calentita, te deshaces de tu abrigo, de tu gorro, de tus guantes, vas a secarte un poco al secador de manos,....Te sientas. Disfrutas de tu bebida. Charlas con alguien siempre aunque vayas sola porque alguien te dirá " otro día más con esta lluvia eh"....
Y así pasó despacio ese invierno lluvioso e introspectivo. Despacio. Más despacio de lo normal. La gente ya no tenía prisa o ansiedad porque dejase de llover. La lluvia se convirtió en una compañera más y simplemente ya no consultabas el tiempo por la mañana cuando te levantabas porque ¿para qué? Iba a llover. Igual que ayer y ayer y ayer....
Y yo no lo supe entonces mientras caminaba con el agua encima pero ese invierno pasó a ser con el tiempo uno de los mejores inviernos de mi vida. No hubo grandes cosas, grandes eventos, no hice nada especial o notorio. Pero esa sensación se instaló en mi cabeza como un ritmo lento de la canción más sensible y ahí se quedó. Poco a poco, igual que la lluvia lenta.
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